jueves, 16 de abril de 2009

Gérard de Nerval


























A ratos vivo alegre igual que un lirón este poeta loco, amador e indolente, y otras veces sombrío cual Clitandro doliente... cierto día una mano llamó a su habitación. ¡Era la muerte! Entonces él suspiró:"Señora, dejadme urdir las rimas de mi último soneto". Después cerró los ojos -acaso un poco inquieto ante el frío enigma -para aguardar su hora... Dicen que fue holgazán, errátil e ilusorio, que dejaba secar la tinta en su escritorio. Lo quiso saber todo y al final nada ha sabido. Y una noche de invierno, cansado de la vida, dejó escapar el alma de la carne podrida y se fue preguntando: ¿Para qué habré venido?

1 comentario:

Te lo dice Kaspar: dijo...

Qué entrañable la foto y el textito, que supongo lo ha escrito usted.
Muy plácido, vamos.

Por cierto, para poner a prueba mi recuperación voy a pinchar en el Helio este domingo.
Abrazo!!